Categoría: slash
Género: angst, romance
Rating: T
Advertencias: travestismo, AU, chan, violencia, prostitución
Resumen: Libertad era su nombre cuando Tom le conoció.
Lucía tacones altos y sofisticados, el cabello largo y negro, suelto, enmarcando sus finas facciones. Aquellos ojos oscuros delineados y recubiertos por pestañas abundantes; una falda corta y una chaqueta de cuero. Sus labios rojos, su maquillaje intenso y el esmalte de uñas gris.
Su verdadero nombre era Bill; y le conoció una noche mientras transitaba por el parque del centro. Le coqueteaba con descaro, le contoneaba su respingado trasero, y le cobraba quinientos billetes.
Era prostituta...
Capítulos: I, II, III, IV, V, VI, VII
Ayer vi un
colibrí en mi ventana.
Entonces me di
cuenta de lo enjaulado que estoy. Miré hacia abajo y había personas caminando
en todas direcciones, el sol permanecía alto a lo lejos y todo era tan caliente
que asfixiaba; una ráfaga de aire me sacudió el cabello y me di cuenta que
estoy atrapado en una burbuja en la que no pasa nada. ¿Voy a morir aquí? No
quiero eso. No quiero seguir aquí donde nada pasa.
Sé que no puedo
volar, no soy tan fantasioso, pero quiero ser tan libre como ese colibrí, que
hace lo que quiere porque ha hecho lo que debe.
+--+
No le pregunté su
nombre.
Tenía que salir
de casa, tenía que salir de ahí costara lo que costara y no le pregunté su
nombre ni antes ni después de subir a su auto.
Caminé durante
horas sin un rumbo fijo hasta que llegué a la carretera. Estaba perdido, con
una mochila con pocas provisiones y tres cambios de ropa, a la mitad de la nada,
sin saber a dónde ir y con el impulso latente de volver a casa para sentirme seguro. Estaba asustado, aterrado, y los autos
pasaban a mi lado uno tras otro y de pronto ya no sabía qué rayos estaba
haciendo ahí, preguntándome por qué me había ido si donde estaba tenía todo lo
que necesitaba.
Entraba en
pánico, comenzaba a marearme de cansancio cuando un auto se detuvo a mi lado y
el hombre que conducía me preguntó por la ventanilla si necesitaba un aventón.
No sé por qué le dije que sí y estaba sentado en el asiento de copiloto antes
de darme cuenta. Quizá su sonrisa agradable me hizo pensar que me llevaría a
casa. Con mi mamá. Después recordé que no, yo ya no tenía nada de eso; ni casa,
ni mamá.
No estaba
escuchando lo que el hombre me decía, hablaba y hablaba sin parar y yo asentía
de cuando en cuando mientras miraba por la ventana. No estaba escuchando nada
de lo que me decía hasta que se quedó momentáneamente en silencio y puso su
mano sobre mi rodilla. Yo sabía lo que él quería. Lo sabía porque su mirada era
la misma de aquel hombre que mamá llevó a casa y su tacto el mismo de Andreas
cuando se sentaba a mi lado a ver la televisión y me besaba el cuello. Supuse
que querría algo a cambio por el aventón y lo miré por un par de minutos cuando
se quedó callado y me acariciaba con pequeños apretones el muslo. Miré su cara
de perfil y su expresión de idiota perverso, como temiendo en realidad aunque
ya se había atrevido a violar mi espacio personal.
¿Qué era yo? Sólo
un niño de quince años que había huido de casa por segunda vez, como si
simplemente fuera un desagradecido inconforme. ¿Por qué había huido de casa?
Miré por la ventanilla, las imágenes rápidas de la carretera y recordé al
colibrí, tan él, tan libre… yo quería ser libre.
Quería librarme
de toda mi mierda, de toda esa porquería a mi alrededor. Quería libertad,
olvidar que tenía pasado y, como el colibrí, no retroceder más de lo necesario.
Quería seguir, pese a todo quería seguir y me dolió el pecho saberlo, como si
me hubiesen estrujado el corazón.
Tampoco le dije
mi nombre yo a él cuando detuvo el auto y tamborileó los dedos en el volante,
ansioso; tan sólo suspiré profundo antes de ponerme a horcajadas sobre sus
piernas. No podía perder más mi tiempo con su nerviosismo.
No hicimos más
que restregarnos hasta que se corrió, jadeando como cerdo y aferrándose con
excesiva fuerza a mis muslos, golpeando mi espalda contra el volante y su
cabeza sobre mi pecho.
Cuando me bajé
del auto estaba ya dentro de algún poblado a la mitad de no sabía dónde. El
hombre me sonrió y puso treinta euros en mi mano antes de arrancar y
desaparecer. Yo no quería su dinero, pero tenía hambre y sueño y la comida no
era gratis.
Lo que quedaba de
la madrugada lo dormí entre los matorrales de un parque.
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